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Juan II
Rey
de Castilla y León (1405<1406-1454>1454)
Genealogía
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Su reinado
Juan II nació en Toro (Zamora) en marzo de 1405. Era hijo del rey Enrique III “el Doliente” de Castilla y de Catalina, hija de Juan de Gante, duque de Lancaster y cuarto hijo del rey Eduardo III de Inglaterra. El futuro rey tenía menos de dos años de edad cuando murió su padre en diciembre de 1406. Inmediatamente entró en vigor el testamento del difunto rey que estipulaba que, debido a la minoría de Juan II, se nombrara corregentes a su tío paterno el infante Fernando, futuro rey de la Corona de Aragón, y a su madre la reina viuda Catalina. Para remediar las desavenencias entre ellos, el testamento establecía la división de la gobernación del reino en dos partes: a Catalina le correspondería gobernar el norte de Castilla desde los puertos de la sierra de Guadarrama (Madrid/Segovia), y al infante la zona meridional restante, pero incluyendo sus posesiones, que excepto el señorío de Alburquerque (Badajoz), estaban en el norte. También encomendaba la custodia del rey niño a los nobles Diego López de Stúñiga y Juan Fernández de Velasco; y su educación al obispo de Cartagena (Murcia).
La muerte de Enrique III no impidió que continuasen, bajo el mandato del infante Fernando, los preparativos y reclutamientos para hacer la guerra al reino nazarí de Granada. Actuaciones que fueron pagadas con el subsidio de cuarenta y cinco millones de maravedíes que votaron las Cortes de Toledo. La guerra se inició en febrero de 1407 con el saqueo realizado por las tropas castellanas de las almerienses villas de Vera y Zurgena, y continuó durante todo aquel año. De tal manera que: en abril tomaron Huércal Overa (Almería), aunque la perdieron después; en junio conquistaron Pruna (Sevilla) y consiguieron que los musulmanes levantaran el cerco de Lucena (Córdoba); en agosto, para controlar el paso del Estrecho, vencieron a una flota mucho mayor de naves de Ifriquiya (Túnez) y del reino de Tremecén (Argelia) que estaban en Gibraltar; y en octubre tomaron Zahara de la Sierra y pusieron cerco a Setenil (ambas en Cádiz), pero fracasaron en la toma de esta última, aunque consiguieron apoderarse de plazas más pequeñas como las malagueñas Cañete la Real y Cuevas del Becerro, y la gaditana Torre Alháquime. Por su parte, el emir Muhammad VII respondió saqueando en agosto el arrabal de Baeza y destruyendo Bedmar (ambas en Jaén), y cercando en octubre la ciudad de Jaén. Con la llegada del mal tiempo, el regente Fernando dio por terminada la campaña y se retiró en noviembre a Sevilla en un ambiente de fracaso por no haber podido tomar Setenil.
En febrero de 1408 se iniciaron las Cortes de Guadalajara que habían sido convocadas por el infante Fernando en el mes anterior. A ella asistieron la reina viuda Catalina y el rey niño Juan II. El asunto principal fue la discusión del subsidio de sesenta millones de maravedíes que pidió el infante para realizar la siguiente campaña. El asedio a Alcaudete (Jaén), que estaba realizando el emir granadino, hizo que se pasara de un rechazo inicial al subsidio a votar cincuenta millones. Durante el asedio, que fracasó, se desarrollaron varias escaramuzas contra las tropas del infante Fernando, que respondió en marzo asolando los alrededores de Ronda (Málaga). En abril, el emir nazarí solicitó una tregua de ocho meses que fue concedida por los corregentes de Castilla. Un mes después, Muhammad VII murió. Inmediatamente, el nuevo emir nazarí Yusuf III, consciente de la debilidad militar de su reino, consiguió que la tregua con Castilla fuese varias veces ampliada hasta abril de 1410. La marcha cambiante de la guerra había debilitado la posición política del infante Fernando que sufría los embates en las Cortes y, sobre todo, en el Consejo Real de sus oponentes liderados por Stúñiga, Velasco y, posiblemente, por la reina viuda. Los opositores consiguieron que las Cortes se negaran a pagar el subsidio, cuyo fin último era sufragar la guerra, porque ya no había guerra. Para hacerles cambiar de opinión, el infante Fernando tuvo que aceptar una nueva reducción y recibir sólo cuarenta millones, y la promesa de otros diez para el año siguiente.
En junio se produjo un duro enfrentamiento en el seno del Consejo que degeneró en choques armados en las calles de Segovia entre los seguidores del infante y los de sus opositores; dando como resultado la huida a Hita (Guadalajara) de Stúñiga y Velasco, y la expulsión del Consejo del obispo de Segovia.
En enero de 1409, tras la muerte por enfermedad del maestre de la Orden militar de Alcántara, fue investido nuevo maestre Sancho, cuarto hijo del infante Fernando de ocho años de edad. El cismático antipapa Benedicto XIII le concedió la necesaria dispensa de edad en agradecimiento a su padre al haber permitido que su sobrino alcanzase la sede vacante del arzobispado de Toledo.
En marzo, tras varios meses de negociaciones, se recuperó la paz en el Consejo, y sobre todo la reconciliación sincera entre los antiguos rivales, con la incorporación, pactada, de los opositores Stúñiga y Velasco.
En abril de 1410, cinco días después de terminar la última tregua, tropas nazaríes de Ronda (Málaga) se adelantaron a los preparativos de guerra de los castellanos saqueando, aunque no pudieron tomar, la villa de Zahara de la Sierra. Al mismo tiempo, el príncipe Abú l-Hasan Alí, hermano de Yusuf III, atacaba Segura de la Sierra e incendiaba Génave (ambas en Jaén), mientras parte de sus tropas hostigaban Caravaca (Murcia). Por su parte, el día veintiséis de aquel mes, el infante Fernando inició el asedio de la importante plaza de Antequera (Málaga). Los castellanos rodearon la ciudad con cinco campamentos para asfixiarla e impedir cualquier apoyo del exterior. Para socorrerla, Yusuf III concentró el cuatro de mayo en la cercana villa de Archidona (Málaga) un ejército mandado por sus hermanos Alí y Ahmad, que dos días más tarde fue derrotado en su enfrentamiento con los castellanos. A pesar de ello, las escaramuzas continuaron con resultados favorables en su mayoría a los castellanos, como las de Loja y Montefrío (ambas en Granada) o Archidona y Ronda (Málaga), aunque también las hubo nazaríes, como las de Montejícar (Granada) o Setenil (Cádiz). Mientras tanto, los antequeranos seguían resistiendo el cerco.
También en mayo, ante la muerte del maestre de la Orden de Santiago, el infante Fernando logró que su hijo Enrique, de casi nueve años de edad, fuera designado nuevo maestre. Para conseguirlo fueron determinantes las presiones, compensaciones económicas y, sobre todo, la ayuda de Benedicto XIII, que forzó un nombramiento directo sin elección y el otorgamiento de la dispensa por edad. Con este nombramiento, el infante Fernando iba afianzando y ampliando en sus hijos el poder de su familia en el reino, que ya era muy considerable con la unión de sus posesiones con las de su esposa Leonor de Alburquerque.
El último día de aquel mes de mayo murió Martín I “el Humano”, rey de la Corona de Aragón, sin haber dejado un heredero legítimo ni solucionado el problema de la sucesión al trono. Antes de morir, decidió que fueran los reinos los que eligieran expertos que estudiaran los testamentos y codicilos de todos los reyes anteriores para así poder decidir a quién correspondería la sucesión, ya que buscaba una legalidad jurídica que impidiera una guerra civil. A pesar de ello, tras su muerte comenzó en la Corona de Aragón un turbulento periodo de tiempo conocido como “interregno”. Durante el cual se produjeron diferentes maniobras de algunos pretendientes, o de sus partidarios, para hacerse con la Corona sin atender los deseos del difunto rey, como: la del conde de Urgel, que se consideraba único sucesor, o la maquinación de Benedicto XIII, que envió mensajeros aragoneses al infante de Castilla, cuando asediaba Antequera, para pedirle que tomase el título de rey de la Corona. Petición que no fue atendida por el infante y que sólo aceptó su condición de pretendiente, para lo cual presentaría su derecho a la sucesión ante quien correspondiera después de que hubiera conquistado la ciudad.
El día veinticinco de septiembre, el infante Fernando consiguió conquistar Antequera. La victoria fue tan sonada, que al infante le valió el sobrenombre de “el de Antequera”. Ante el duro golpe que supuso la caída de la ciudad, el emir Yusuf III emprendió una serie de incursiones de castigo sobre los alrededores de Alcalá la Real (Jaén) y consiguió la recuperación del castillo de Jévar, que formaba parte de la defensa de Antequera, aunque casi enseguida tuvo que abandonarlo después de destruirlo.
En noviembre, los ataques granadinos y la urgencia del infante Fernando por ocuparse de la reclamación del trono de la Corona de Aragón hicieron que los corregentes aceptasen una petición de tregua de Yusuf III hasta abril de 1412. En ella se incluía al sultán benimerín de Fez y contemplaba la entrega de trescientos cautivos cristianos: las llamadas “parias de cautivos”.
En los primeros días de 1411, el levantisco Fadrique, duque de Benavente, que estaba encarcelado por orden de su sobrino el difunto Enrique III, se escapó y se puso bajo la protección de su hermanastra la reina Leonor de Navarra. Los corregentes de Castilla protestaron alegando el incumplimiento de lo pactado en 1388. El rey Carlos III de Navarra, admitió la protesta, pero justificó la decisión de su esposa, garantizó la neutralización política del duque encarcelándolo y prometió entregarlo sin fijar fecha.
En mayo, el infante Fernando, a pesar de que estaban en tiempos de treguas, consiguió de las Cortes de Valladolid un subsidio de cuarenta y cinco millones de maravedíes. Cantidad que el infante dedicó a sufragar los gastos para conseguir la Corona de Aragón. Para ello contó con la anuencia de la corregente Catalina, que quería así obtener la regencia única, y la complicidad de Benedicto XIII, que relajó el juramento de los corregentes de no emplear el subsidio en algo diferente a la guerra contra Granada. Uno de los problemas que solventó el infante fue la de conseguir que el Consejo Real le apoyara como único candidato para optar al trono de Aragón desplazando a Juan II, que también tenía sólidos títulos familiares con el difunto rey, pues eran sobrino y nieto, respectivamente, de Martín I “el Humano”.
En el verano de aquel año de 1411, después de varios meses recorriendo Castilla predicando contra musulmanes y judíos, el valenciano fraile dominico Vicente Ferrer, que en 1455 sería canonizado, llegó a Ayllón (Segovia) donde se encontraba la itinerante corte del rey niño. Allí, el fraile recomendó a Catalina y a Juan II que aislasen a los recientemente convertidos judíos y musulmanes para evitar apostasías.
El veintiocho de junio de 1412, después de numerosas vicisitudes, nueve compromisarios elegidos por los parlamentos de Aragón, Cataluña y Valencia eligieron en Caspe (Zaragoza), entre seis pretendientes, al infante Fernando como nuevo rey de la Corona de Aragón. El fraile Vicente Ferrer fue el compromisario encargado de pregonarlo. El tres de septiembre, el infante Fernando se convirtió en Fernando I de Aragón al jurar sus fueros en la Seo de Zaragoza. Pero su nueva situación no le impidió continuar siendo corregente de Castilla, para ello, tras su marcha, fue designando sucesivos sustitutos que ocuparon su puesto en el Consejo castellano.
En abril de 1414, el rey Carlos III, después de entregar al duque de Benavente con la garantía previa de que conservaría la vida, firmó en Salamanca con la corregente de Castilla un tratado de paz y amistad que restablecía las buenas relaciones entre los dos reinos, enfriadas por el asunto del duque.
En noviembre, con la finalidad de acabar con el Cisma de la Iglesia católica, se inició para elegir un único papa, el concilio ecuménico de Constanza (Alemania). Concilio que había sido convocado, en diciembre del año anterior, por el antipapa Juan XXIII, después de haber sido presionado por Segismundo, rey de romanos (emperador sin coronar del Sacro Imperio Romano Germánico; lo sería en 1433).
En junio de 1415, Benedicto XIII, único antipapa que quedaba después de la abdicación voluntaria del antipapa Gregorio XII y la destitución de Juan XXIII en el concilio de Constanza, ofició en la catedral de Valencia la boda, tras conceder la dispensa por parentesco, entre María, hija de Enrique III, y su primo hermano Alfonso, hijo y heredero de Fernando I, que había pedido en la primavera pasada el cumplimiento de la cláusula testamentaria del difunto rey que disponía la realización del matrimonio. A este enlace, que acrecentaba la influencia de Fernando I en Castilla, asistió el obispo de Palencia Sancho de Rojas, posteriormente promocionado por el corregente al arzobispado de Toledo, que junto con el almirante de Castilla Alfonso Enríquez, el condestable Ruy López Dávalos y el adelantado mayor de León Pedro Manrique liderarían el “partido aragonés” en Castilla, que estaba promoviendo Fernando I para respaldar a sus hijos, los llamados “infantes de Aragón”. También asistió don Álvaro de Luna, pariente de Benedicto XIII, que jugaría un importante papel en Castilla en los años venideros.
En agosto, a Fernando I se le agravó en Perpiñán (actual Francia) la enfermedad renal que padecía; y como consecuencia de ello, hizo llamar de Sicilia a su hijo el infante Juan para que se hiciese cargo de la parte de gobierno que como corregente tenía en Castilla durante la minoría del rey Juan II.
En enero de 1416, conforme a lo acordado en Narbona (actual Francia) entre Fernando I y el rey de romanos Segismundo, Aragón, en una solemne ceremonia en la catedral de Perpiñán, sustrajo su obediencia al antipapa Benedicto XIII ante su obstinada negativa a renunciar al papado. Navarra lo haría en junio.
En abril, víctima de su enfermedad, Fernando I murió en Igualada (Barcelona) y fue sucedido por su hijo Alfonso V “el Magnánimo”. Un mes antes, había muerto en Medina del Campo (Valladolid) su hijo Sancho, maestre de Alcántara, que fue sucedido en el maestrazgo por Juan de Sotomayor. La trayectoria política del difunto rey estuvo siempre supeditada a la grandeza de su estirpe y al enriquecimiento familiar. Tras su muerte, el ya arzobispo de Toledo Sancho de Rojas aprovechó la minoría de Juan II y la ausencia del infante Juan, duque de Peñafiel, que todavía no había llegado a Castilla desde Sicilia, para hacerse con el gobierno del reino apartándose del “partido aragonés”. Para conseguirlo, además de atraerse a Stúñiga y a Velasco, alejó de la corte a los favoritos de la reina viuda y se convirtió en su principal consejero. Debido a ello, Juan II, que ya tenía once años de edad, quedó bajo su dominio.
En junio de 1417, Castilla sustrajo su obediencia a Benedicto XIII en Constanza; y al mes siguiente, después de un proceso abierto en noviembre del año anterior, el antipapa fue depuesto y excomulgado. Desde su refugio en Peñíscola (Castellón), a pesar de su destitución, continuó actuando como papa hasta su muerte en 1422 rodeado de una pequeña corte de familiares y seguidores. Mientras tanto, el concilio eligió en noviembre a Martín V como único papa de la cristiandad, y se clausuró en abril de 1418.
La llegada a Castilla en mayo de aquel año del infante Juan, acompañado de numerosos caballeros de su partido, y la muerte de la reina Catalina en junio, hizo que el arzobispo Sancho de Rojas se reconciliase con el poderoso partido aragonés. Esta nueva situación facilitó en octubre la celebración de los esponsales (preliminar de las futuras bodas) entre Juan II y María de Aragón, hija del difunto Fernando I, en Medina del Campo, feudo de infante Juan.
La armonía en el partido aragonés se rompió en los últimos meses del año cuando se puso de manifiesto la rivalidad entre los infantes de Aragón Enrique y Juan por controlar el poder en Castilla. Alrededor de cada hermano se formó un bando; el más poderoso lo lideró Enrique, maestre de Santiago, que agrupaba, entre otros, al almirante Alfonso Enríquez, al condestable Ruy López Dávalos y al adelantado Pedro Manrique. En frente, y liderado por el infante Juan se agruparon, entre otros, el arzobispo Sancho de Rojas, el mayordomo mayor Juan Hurtado de Mendoza y el adelantado mayor de Castilla Diego Gómez de Sandoval.
En marzo de 1419 se puso fin a la minoría de Juan II cuando prestó juramento ante las Cortes celebradas en Madrid. En ellas, los procuradores pidieron que no se realizasen nuevas mercedes antes de que el rey cumpliera los veinte años, y que se admitiera a algunos de ellos en el Consejo real. Demandas que no se cumplieron. Fueron unas Cortes que no sirvieron para unir a la nobleza. La división se acrecentó durante el verano cuando el sobrino de Juan Hurtado de Mendoza, don Álvaro de Luna, que había conseguido tener una gran ascendencia sobre un influenciable Juan II, le convenció para que trasladase su morada a la del mayordomo mayor y se colocase bajo su custodia. Realmente fue una maniobra que puso al rey bajo el dominio del infante Juan.
Cuando en febrero de 1420, el infante Juan firmó el acuerdo de Olite (Navarra) que le convertiría en marido de Blanca, viuda del rey Martín “el Joven” de Sicilia y heredera del rey Carlos III de Navarra, que había regresado en 1415 al ser apartada de su lugartenencia por el difunto rey Fernando I de la Corona de Aragón, el infante Enrique vio la ocasión de hacerse con el poder del reino apoderándose de la persona del joven rey. Para ello, hizo que el Consejo aceptara que las bodas se celebrasen en Navarra, y así alejar al infante Juan. Durante las Cortes de Valladolid, que se iniciaron en junio y luego se trasladaron a Tordesillas (Valladolid), el infante Enrique intentó, sin conseguirlo, ganarse la complicidad de don Álvaro de Luna. En julio, pocos días después de celebrase las bodas del duque de Peñafiel con Blanca de Navarra en la catedral de Pamplona, el infante Enrique clausuró las Cortes y asaltó con sus tropas el palacio real de Tordesillas donde apresó al mayordomo mayor, pero no a don Álvaro de Luna, y se hizo cargo (secuestro) de Juan II. Ante el golpe de fuerza dado por el maestre de Santiago contra la autoridad del rey, el infante Juan, que ya estaba de regreso, se trasladó a su castillo de Peñafiel (Valladolid) para esperar a las tropas que le enviaban sus partidarios. A continuación, marchó hasta Olmedo (Valladolid) donde se acantonó.
En agosto, el infante Enrique, para alejarse de su hermano y rival, trasladó la corte a Ávila donde casó, sin ceremonial ni fiestas, a su hermana María de Aragón con Juan II. A continuación convocó Cortes y, a pesar de tener a la mayor parte de la nobleza de su lado, consiguió que los procuradores respaldaran su actuación contra el rey. El infante Juan, que podría haber ido contra Ávila como le pedían sus partidarios, aceptó la petición de su madre la reina Leonor de evitar el enfrentamiento armado y negociar con su hermano después de licenciar sus respectivas tropas; pero las negociaciones posteriores fracasaron y el infante Juan perdió la oportunidad de liberar al rey por la fuerza de las armas.
A principios de noviembre, una vez terminadas las Cortes de Ávila, el infante Enrique trasladó al rey a Talavera (Toledo). Allí consiguió, después de muchos meses de negativas, casarse con la infanta Catalina, hermana de Juan II, y conseguir como dote de su esposa el enorme marquesado de Villena que abarcaba, aproximadamente, parte de las actuales provincias de Cuenca, Albacete y Murcia. Pronto la actuación del infante contra el rey fue dando paso al descontento de parte de la nobleza. Descontento que aprovechó don Álvaro de Luna para organizar en las postrimerías de aquel mes la fuga de Juan II con el conocimiento, probablemente, del infante Juan. Para realizarla, organizó una simulada jornada de caza en la que participaron el rey, algunos nobles y una pequeña escolta. En el momento adecuado emprendieron la huida hacia el castillo de Montalbán (Toledo) sin que sus perseguidores lograran alcanzarlos. Durante los primeros diez días de diciembre, el infante Enrique, que había cercado el castillo, intentó inútilmente convencer a Juan II para que regresara a su lado. Pero al recibir la noticia de que el duque de Peñafiel se acercaba con un gran ejército de señores, levantó el cerco y se retiró a Ocaña (Toledo), no sin antes conseguir la promesa de don Álvaro de Luna de que no entregaría el poder al infante Juan. El cumplimiento de esta promesa hizo que, cuando el infante llegó creyéndose vencedor y se puso al servicio de Juan II, tuviese que obedecer la orden del rey de retirarse con sus tropas a Fuensalida (Toledo).
Desde principios de 1421, don Álvaro de Luna se dedicó a impedir con discretas negociaciones que cualquiera de los dos hermanos tomase el poder en detrimento de la autoridad del rey. Debido a que solamente existían en Castilla los ejércitos de los infantes, su objetivo era evitar la guerra civil destruyendo el bando del infante Enrique con la ayuda del infante Juan, pero sin darle la menor oportunidad de hacerse con el poder. Para ello, colocándose en una posición secundaria y mediadora, procuró enfrentar a los dos hermanos. Bajo esa idea dejó que el infante Juan tomase la responsabilidad de decidir la anulación de todos los actos y donaciones realizados después del secuestro del rey. Esta resolución iba directamente contra los intereses del infante Enrique que le obligaba a abstenerse de tomar posesión del marquesado de Villena. Como se planteara que se hiciera una excepción con el marquesado por ser la dote de una infanta, se consultó al Consejo que resolvió, con el apoyo del rey, que el infante fuera desposeído del marquesado. Ante ello, el infante Enrique, apoyándose en que don Álvaro de Luna había conservado el condado de San Esteban de Gormaz que le fue concedido por el rey con motivo de su matrimonio con Elvira de Portocarrero, hizo caso omiso a la orden real adueñándose de todo el marquesado y negándose a licenciar sus tropas.
A mediados de abril, ante la actitud del infante Enrique, Juan II, alentado por don Álvaro de Luna, envió mensajeros a Ocaña con la doble misión de coaccionarlo para que se presentara ante él, y de incitar uno a uno a sus principales partidarios a abandonarle. La misión fracasó porque el infante estaba ausente y los contactados rechazaron el abandono. Pero mientras tanto, otro importante seguidor del infante cambió de bando y levantó armas en el marquesado provocando una pequeña guerra civil que constató la debilidad del infante.
A finales de mayo, en el castillo de Peñafiel nació Carlos, príncipe de Viana, hijo del infante Juan y de la infanta Blanca de Navarra. El rey y don Álvaro de Luna fueron sus padrinos.
En julio, el infante Enrique, al considerar que la única salida a su situación era la de negociar directamente con el rey desde una posición de fuerza, salió de Ocaña a su encuentro con numerosas tropas. En su marcha logró apoderarse de El Espinar (Segovia) donde se detuvo. Allí fue consciente de que no estaba en condiciones de presentar batalla porque entre los suyos habían comenzado las deserciones y, además, los procuradores de las ciudades se negaban a apoyarle. Por ello, decidió volver a la obediencia del rey tras realizar una serie de regateos de las condiciones para proceder a la sumisión. Esta tuvo lugar en El Espinar en septiembre. Allí, tras la celebración de un alarde (ceremonia o parada militar) donde ante Juan II formaron las tropas del infante Juan y las de la casa del rey al mando de don Álvaro de Luna, las tropas de los dos infantes fueron disueltas, no así las del rey por ser permanentes. A continuación, el infante Enrique se retiró a la fortaleza de Montiel (Ciudad Real) perteneciente a la Orden de Santiago.
En ese mismo mes, el emir granadino Muhammad IX “el Zurdo” confirmó la prórroga de la tregua que tenía con Castilla, que había terminado en abril de 1421, y firmó una nueva tregua por tres años que terminaría en julio de 1424. Prórroga que se hacía a cambio de parias de trece mil doblas de oro.
En diciembre, el infante Enrique, después de que don Álvaro hubiera iniciado en octubre una serie de maniobras dirigidas a aplastar a sus más fieles seguidores, decidió cumplir la orden del rey, seguramente inducida por don Álvaro, de regresar a la corte. Como temía por su seguridad, puso una serie de condiciones que el Consejo no aceptó.
En junio de 1422, después de duras negociaciones para proteger a sus seguidores, el infante Enrique, con un salvoconducto real, se presentó en Madrid donde el rey lo recibió fríamente. Al día siguiente compareció ante el Consejo, que dictó orden de prisión contra él al acusarle, con cartas falsificadas, de connivencia con el reino nazarí de Granada. Una vez detenido fue encarcelado en el castillo de Mora (Toledo), privado del maestrazgo de Santiago y sus bienes confiscados. Aunque pronto se descubrió la falsedad de las cartas, la revelación quedó en secreto y sólo se ajustició al falsificador. La detención del infante provocó la huida de Castilla de sus más directos partidarios, a los que también despojaron de sus bienes. Todos ellos constituyeron en Aragón un núcleo de exiliados, entre los que se encontraba Catalina, esposa del infante.
Desde el encarcelamiento del infante Enrique, don Álvaro de Luna temió la reacción de su hermano Alfonso V de Aragón que podría decretar un cerco sobre Castilla a cargo de Aragón y Navarra. Para neutralizarlo, comenzó a establecer una política de alianzas con Francia, Inglaterra, Granada y Portugal, con quien firmó una tregua por diez años de duración que terminaría en marzo de 1434. En el interior del reino, para crear una nobleza que le apoyase en su gobierno, inició el reparto de mercedes, villas y fortalezas que habían pertenecido a los exiliados. Él mismo fue el mayor beneficiado en el reparto. Los bienes del infante Enrique pasaron al infante Juan, con la excepción del maestrazgo de Santiago.
A finales de aquel año, Juan II envió embajadores a Alfonso V, que estaba en Nápoles, para reclamarle, en tono nada diplomático, la entrega de la infanta Catalina y la de los caballeros exiliados en su reino. El rey aragonés, que necesitaba tiempo para obtener un respaldo de las Cortes a futuras acciones, anunció que enviaría la contestación con sus propios embajadores.
A principios de 1423, Alfonso V despachó embajadores a Valladolid con una comedida respuesta en la que sólo se negaba a entregar a los exiliados. Ello permitió a don Álvaro completar el expolio a los vencidos y afianzar sus alianzas exteriores.
En septiembre, don Álvaro de Luna fue nombrado condestable (jefe del ejército) de Castilla, y lo celebró en Tordesillas con una gran fiesta y la entrega de espléndidos regalos a los cortesanos.
En febrero de 1424, Alfonso V, que había regresado a Barcelona en diciembre del año anterior, se dirigió a Valencia para elaborar un plan político en colaboración con el grupo de exiliados castellanos. El plan consistiría en lograr la libertad y reposición del maestre de Santiago y provocar la ruptura entre el infante Juan y don Álvaro de Luna. Con la concordia entre los dos infantes, Alfonso V pretendía recuperar el poder político en Castilla. En junio, para ejecutar el plan, los embajadores de Alfonso V se presentaron ante la corte castellana, que estaba temporalmente en Ocaña, para, secretamente, captar a algunos de los nobles más importantes que pudieran dividir al Consejo de Castilla; y, oficialmente, para pedir una reunión de los dos reyes que solventara el problema de la prisión del infante Enrique. La primera pretensión fracasó completamente, y a la segunda se opuso informalmente el Consejo, dominado por el infante Juan y don Álvaro. Ante ello, los embajadores solicitaron que fuese María, reina de Aragón y hermana de Juan II, la que pudiera acudir a Castilla. Aunque con renuencia, la visita fue aceptada, pero se esperó a septiembre para que los embajadores castellanos acudieran ante Alfonso V para fijar una fecha. Para entonces, el rey aragonés ya sólo quería la libertad del infante sin necesidad de negociar, y estaba dispuesto a entrar en Castilla con tropas. Ante la posibilidad de la invasión, Castilla fortificó sus castillos fronterizos.
En julio, finalizada la tregua con el reino nazarí de Granada, su emir Muhammad IX “el Zurdo” propuso a Juan II una renovación que le fue aceptada por dos años más. Una vez terminada fue prorrogada por otros dos años.
En enero de 1425 nació en Valladolid el infante Enrique, primer hijo varón de Juan II; y en abril, durante las Cortes que se reunieron en aquella ciudad, fue jurado heredero. En ellas, se debatió si se debería dejar entrar en Castilla al rey aragonés con armas; o invadir Aragón; o procurar mantener la paz aprovechando la relación familiar entre el rey aragonés y su hermano el infante Juan.
En junio, con las negociaciones rotas, Alfonso V, que acusaba a don Álvaro de querer usurpar el gobierno de Castilla y le hacía responsable del encarcelamiento del infante Enrique, salió de Zaragoza con sus tropas camino de la frontera. La respuesta de Juan II fue la de convocar a todos los grandes del reino en las Cortes de Palenzuela (Palencia) para que jurasen que se enfrentarían al rey aragonés si cruzaba la frontera. Los nobles partidarios del infante Enrique fueron los únicos que no acudieron a prestar el juramento. Finalmente, a primeros de agosto, Juan II autorizó al infante Juan para que saliese de Castilla provisto de poderes y se reuniera con Alfonso V para negociar la libertad del infante Enrique. Dichas negociaciones se celebraron durante la segunda quincena de aquel mes en Tarazona (Zaragoza) y acabaron a principios de septiembre con la firma del tratado de Torre de Arciel (Navarra), por el que, no sólo se acordó la libertad del infante Enrique, sino que también la devolución de su cargo de maestre de la Orden de Santiago y, además, la de los bienes patrimoniales y rentas que le fueron confiscados tras su detención. Pocos días después murió Carlos III, y el infante Juan fue proclamado en Tudela (Navarra) rey por ser consorte de la nueva reina Blanca I de Navarra.
En octubre, a pesar del desacuerdo del Consejo y sobre todo de don Álvaro, Juan II extendió con renuencia el documento que restituía al infante Enrique sus bienes y honores. Pocos días más tarde el infante fue entregado a su hermano Alfonso V en Tarazona. Allí se puso de manifiesto que el ahora rey de Navarra era el paladín del ya único bando en Castilla, el aragonés; y que comenzaba la pugna entre don Álvaro, que quería un partido monárquico, con él al frente; y Juan II de Navarra, que comenzó antes de terminar el año, a negociar con los nobles la formación de una Liga para derribar al condestable.
A principios de 1426, el numerosísimo Consejo que reunió Juan II en las Cortes de Toro para tratar el asunto de las cuantiosas devoluciones al infante Enrique no aportó solución alguna, ya que el voto estaba muy equilibrado y cada grupo se presentaba como defensor de los intereses del reino. Sólo los procuradores de las ciudades insistieron en limitar el despilfarro de las rentas y en evitar las violencias en el reino. Sus propuestas de licenciar las mil lanzas de la guardia real y la de que se prohibiesen nuevas ligas de nobles reforzó la posición de don Álvaro, ya que, tras el licenciamiento, Juan II ordenó que su privado el condestable conservara cien lanzas para su servicio. Esta concesión, y el hecho de que el rey no respetase la negativa de los procuradores a pagar al infante Enrique con dinero del servicio que se le había otorgado, aumentaron el malestar reinante.
En mayo, para equilibrar fuerzas en el Conejo se acordó que, provisionalmente, sólo dos consejeros del grupo monárquico, uno de ellos era don Álvaro, y dos afines al infante resolvieran los asuntos de gobierno. Este cambio ponía el Consejo en manos del infante Juan, ya que el otro consejero monárquico, el contador Fernán Alfonso de Robles, estaba secretamente aliado al infante y en cualquier momento traicionaría al condestable.
En enero de 1427, como era costumbre en aquellos tiempos, siempre que se producía un cambio de reinado, los nuevos mandatarios renovaban los acuerdos independientemente de la fecha de finalización. Por ese motivo, el nuevo emir de Granada Muhammad VIII “el Pequeño” propuso la renovación de la tregua vigente con Castilla que finalizaba en febrero de 1428. Juan II, ante la amenaza de guerra con Alfonso V, aceptó sin dificultad un acuerdo de paz por dos años que se iniciaría en febrero de 1427 y terminaría en febrero de 1429.
En febrero, Alfonso V consiguió que Luis González de Guzmán, maestre de Calatrava y Juan de Sotomayor, maestre de Alcántara, formaran una Liga de nobles en la que entraron el adelantado Pedro Manrique y los infantes Juan y Enrique que sirviera para ir contra don Álvaro con la excusa del bien de Castilla. Durante los meses siguientes, el infante Juan intentó forzar una negociación directa con el rey para apartar del gobierno al condestable, pero éste conseguía retrasarla.
A mediados de agosto, el infante Enrique, llevado de su impaciencia, salió de Ocaña con tropas en dirección a Zamora donde estaba Juan II, que le ordenó detenerse. Ante su negativa, el rey decidió dirigirse a Valladolid, pero debido a que el infante Juan había entrado con sus tropas en aquella ciudad, se quedó en el castillo de Simancas (Valladolid) protegido por el almirante de Castilla Alfonso Enríquez. Ante aquella situación de enfrentamiento armado, don Álvaro vio la imposibilidad de resistir y aceptó la formación de una comisión arbitral para solucionar el conflicto político que afectaba al futuro de Castilla, ya que se planteaba si el rey estaría más libre para regir sus reinos con o sin el autoritarismo del condestable.
A primeros de septiembre, en Valladolid se formó una comisión formada por cinco personas que dictaron sentencia de destierro por un plazo de año y medio contra don Álvaro de Luna. El voto de Fernán Alfonso de Robles fue decisivo; pero pagó su traición a finales de aquel mes al ser encarcelado, por orden del Consejo, en Uceda (Guadalajara) donde murió. Juan II, que había sido trasladado a Cigales (Valladolid) no pudo reaccionar contra aquella sentencia; y don Álvaro, que no se opuso al veredicto, fijó su residencia en Ayllón.
En febrero de 1428, don Álvaro de Luna regresó a la corte, que estaba en Turégano (Segovia), y volvió a ocupar su lugar en el Consejo dando por acabado su breve destierro. El regreso fue necesario porque durante los primeros meses de gobierno de los infantes, los disturbios y su despotismo habían hecho insostenible la situación política; y la nobleza había comenzado a arrepentirse de haber cambiado el autoritarismo de don Álvaro por el del rey de Navarra. Además, el infante Juan no contaba con la confianza de Juan II. Pero el regreso del condestable no supuso la vuelta de su autoritarismo, pues antes de su regreso se había producido una reforma del Consejo para impedirlo. Tras su llegada simuló una actitud cordial con los infantes, que especialmente demostró durante las brillantes fiestas celebradas en Valladolid en honor de Leonor, hermana menor de los infantes, en su viaje hacia Portugal para contraer matrimonio con Duarte, heredero de aquel reino.
En julio, pasadas las fiestas, don Álvaro puso en marcha sus planes para destruir políticamente a los infantes: Enrique fue enviado a la frontera con Granada con la excusa de una amenaza de la reanudación de la guerra, y su hermano Juan recibió del rey la orden de abandonar Castilla para reunirse en Navarra con su esposa la reina Blanca. Alfonso V, al interpretar aquellos hechos como una ofensa, comenzó a preparar una intervención armada contra Castilla que le permitiese asegurar el grandioso patrimonio familiar en aquel reino. Además, se negó a ratificar el tratado de alianza y paz entre Castilla, Aragón y Navarra firmado en el pasado abril en Tordesillas. En realidad, don Álvaro y Alfonso V necesitaban el enfrentamiento armado para conseguir sus propósitos.
En diciembre, algunos conspiradores pertenecientes a la poderosa familia granadina de los banu al-Surray (los abencerrajes de las crónicas cristianas), que habían pretendido derrocar al emir Muhammad VIII de Granada, huyeron a Castilla para solicitar la ayuda del rey castellano. Juan II les prometió su auxilio porque con ello fomentaba la división y el enfrentamiento en el reino nazarí.
En enero de 1429, para reclutar un ejército, don Álvaro, seguramente con la aquiescencia del influenciable Juan II, reunió Cortes en Illescas (Toledo) que aprobó, con el pretexto de la próxima guerra con Granada, un servicio de cuarenta y cinco millones de maravedíes. Por su parte, en marzo, Alfonso V y su hermano el rey de Navarra reunieron en Tudela sus respectivos ejércitos.
A finales de mayo, ante la inminente invasión por parte de los reyes de Aragón y Navarra, Juan II encomendó a don Álvaro la vanguardia del ejército castellano para que parase el primer choque; mientras él, con el grueso del ejército, conquistaba en tres semanas las villas de Medina del Campo, Cuéllar (Segovia) y Olmedo pertenecientes al infante Juan. A continuación se plantó ante los muros del castillo de Peñafiel, defendido por el infante Pedro de Aragón, y declaró la guerra a Aragón y Navarra. Un día antes, Alfonso V y el infante Juan habían cruzado con sus tropas la frontera por Ariza (Zaragoza) y avanzaron hasta Hita (Guadalajara), donde se les había unido el infante Enrique con escasas tropas. Cerca de Espinosa de Henares (Guadalajara), la vanguardia de don Álvaro estaba preparada para enfrentarse al ejército invasor, pero la noticia de que Peñafiel se había rendido sin lucha y el rumor de que el rey Juan II llegaba con el grueso del ejército, pusieron fin a las escasas posibilidades de éxito de Alfonso V y sus hermanos.
A primeros de julio el infante Juan y Alfonso V pudieron retirarse sin deshonor gracias a la mediación de María, reina de Aragón, y del legado papal, que consiguieron de don Álvaro una tregua provisional, la promesa de respetar los bienes del infante Juan y la salvaguardia personal de infante Enrique. A pesar de lo cual, éste, no acompañó a sus hermanos y se instaló en Uclés (Cuenca) para defender su maestrazgo de Santiago, convirtiéndose así en la única fuerza rebelde. Para acabar con ella antes de que se produjera una segunda invasión, Juan II necesitaba tiempo. Para conseguirlo, durante el resto del mes de julio cruzó negociaciones con Alfonso V para confirmar la tregua; pero fueron infructuosas porque el rey aragonés se negaba a la condición previa de no ayudar en adelante a sus hermanos.
En agosto la guerra volvió a comenzar en forma de combates fronterizos. Para defenderse, los castellanos formaron una larga línea dividida en cuatro sectores que abarcaba desde la frontera con Navarra hasta la de Murcia. Línea que Alfonso V logró romper tomando las sorianas villas de Deza, Vozmediano y Ciria. Mientras esto ocurría, los infantes Enrique y Pedro se habían refugiado en Extremadura, en donde estaban sus fieles fortalezas de Alburquerque (Badajoz) y Trujillo (Cáceres).
En septiembre, Juan II aceptó el ofrecimiento de don Álvaro de combatirlos armando un gran ejército que costearía con sus propios recursos. Aun así, la guerra suponía un gran esfuerzo económico que Juan II tuvo que solventar, entre otros medios, con la impopular acuñación de moneda de baja ley. Pero también Alfonso V tenía el mismo problema. Durante los tres últimos meses de aquel año, la guerra se hacía cada vez más favorable a las armas del condestable. Los infantes en un constante repliegue, se refugiaron en Alburquerque, pero sin la posibilidad de pasar al cercano Portugal porque el condestable había conseguido de su rey la promesa de no prestarles ayuda. El siguiente movimiento de don Álvaro fue el de apoderarse de Trujillo y cercar Montánchez (Cáceres) y Piedrabuena (Badajoz). En diciembre, la sola presencia del rey, pedida por don Álvaro, supuso la rendición, primero de Montánchez y luego la de Piedrabuena.
A finales de diciembre, mientras se producía el asedio a la Alhambra de Granada del pretendiente Muhammd IX “el Zurdo”, tanto el asediado emir Muhammad VIII “el Pequeño” como el que quería destronarlo, solicitaron la ayuda de Juan II aduciendo: el primero, el compromiso que había adquirido para ayudarle a recuperar el trono; y el segundo, las estipulaciones de la tregua que mantenía con Castilla. Juan II retrasó su respuesta para prolongar la guerra civil y debilitar así al reino nazarí.
En enero de 1430, el rey y su valido, después de fracasar el intento de tomar a los infantes el castillo de Alburquerque, se retiraron con su ejército a Medina del Campo para no perder prestigio con un largo asedio; no sin antes proclamar ante las murallas la sentencia de traición de los dos hermanos. Después, don Álvaro recibió del rey la administración del próspero maestrazgo de Santiago.
En ese mes, ante el fracaso de la invasión y la oposición a su política de las Cortes de Aragón, Alfonso V abandonó la lucha y aceptó la mediación de Portugal para firmar una tregua provisional para dar paso a negociaciones de paz. Pero en febrero se negó a firmar la tregua y declaró que la guerra continuaba. La razón del cambio de parecer fue que el Consejo, dirigido por don Álvaro, había aprobado la confiscación total de los bienes de los vencidos, y que después habían sido repartidos entre varios magnates. Gracias a aquellas riquezas se constituyó, de hecho, una oligarquía que pretendió ejercer el poder, y contra la cual don Álvaro lucharía.
En marzo, los infantes Enrique y Pedro, que habían salido de Alburquerque para continuar la guerra desde el castillo de Alba de Liste (Zamora), posesión de su madre la reina viuda Leonor, fueron obligados a huir cuando Juan II y don Álvaro los atacaron, aunque no pudieron tomar el castillo. A continuación castigaron el brote rebelde que se dio en Ledesma (Salamanca) y encarcelaron en un monasterio de Tordesillas a la reina Leonor por sospechas de connivencia con los rebeldes. La situación de los infantes se tornó desesperada y su hermano Alfonso V, a pesar de solicitar sin éxito ayuda exterior, no los pudo socorrer.
En mayo, con la ayuda del sultán de Ifriquiya y las intrigas de Juan II y Alfonso V, Muhammad IX “el Zurdo” se proclamó emir de Granada por segunda vez al derrocar a Muhammad VIII “el Pequeño”. Algunos de sus partidarios, que habían huido de Granada, informaron a Juan II del derrocamiento y le pidieron ayuda para recuperar el trono. La respuesta del rey castellano fue positiva porque le interesaba debilitar el reino de Granada prolongando la guerra civil.
En ese mismo mes, el repuesto emir Muhammad IX “el Zurdo” envió una embajada a Juan II, que se encontraba en El Burgo de Osma (Soria) para firmar una tregua y un ofrecimiento de ayuda militar en su guerra contra Aragón y Navarra. Juan II demoró su respuesta hasta que se hiciese un acuerdo con ambos reinos.
En julio, debido a la mala situación de los infantes, los embajadores aragoneses y navarros firmaron con los castellanos en Almajano (Soria) las treguas de Majano, que supusieron una completa derrota de las pretensiones de los reyes de Aragón y de Navarra, ya que no les serían devueltas sus posesiones a los infantes de Aragón, ni percibirían las rentas por las mismas. Sólo consiguieron la libertad de la reina viuda Leonor, y el compromiso de que al finalizar la tregua, unos jueces resolverían las reclamaciones de los infantes. Durante la tregua, que duraría cinco años, los infantes de Aragón no podrían entrar en Castilla. Estos rechazaron los acuerdos y volvieron a refugiarse en la fortaleza de Alburquerque para intentar, a pesar de las treguas vigentes y el de los pocos partidarios que no se habían rendido o exiliado ante el acoso de don Álvaro, continuar la rebelión con el apoyo indirecto de Portugal.
En agosto, después de rechazar la oferta de tregua de Muhammad IX “el Zurdo”, Juan II comenzó los preparativos para hacer la guerra a Granada. En noviembre se produjeron en la frontera los primeros enfrentamientos, si bien no en guerra abierta, con una emboscada a las tropas granadinas en Colomera (Granada), aunque después estas se desquitaron en la localidad de Igualeja en la Serranía de Ronda (Málaga). La proximidad del invierno obligó a la suspensión de las escaramuzas hasta la primavera siguiente.
En diciembre, para evitar el auxilio exterior, Juan II envió embajadas a los sultanes Abú Faris de Ifriquiya y al benimerín Abd al-Haqq de Fez para que no prestasen ayuda a Muhammad IX “el Zurdo”. Petición que ambos emires aceptaron de diferente modo: el primero, que ya preparaba la ayuda al nazarí, la suspendió y sólo prometió la mediación entre ambos contendientes, y el segundo optó por la neutralidad.
En enero de 1431, el condestable don Álvaro de Luna, que había enviudado de Elvira Portocarrero, se casó en Calabazanos (Palencia) con Juana Pimentel, hija del segundo conde de Benavente, Rodrigo Alonso Pimentel, y sobrina del almirante de Castilla Alfonso Enríquez y del adelantado Pedro Manrique. El enlace le situaba en el plano más elevado de la aristocracia castellana.
En marzo los enfrentamientos con los musulmanes crecieron en intensidad, y una muestra de ello fue la derrota castellana en Baza (Granada), y la posterior conquista de Jimena de la Frontera (Cádiz) por el mariscal de Castilla Pedro García de Herrera.
En mayo, mientras Juan II concentraba su ejército en Córdoba para ir contra Málaga, el condestable don Álvaro cruzaba la frontera y asolaba Loja y algunos lugares de la Vega de Granada. Se iniciaba así la guerra abierta contra el reino nazarí de Granada. Durante su permanencia en Córdoba, Juan II recibió a Ridwan Bannigas, cuñado del pretendiente Yusuf Ibn al-Mawl, nieto del difunto emir Muhammad VI “el Bermejo” que reinó entre 1360 y 1362, que le ofreció tomar todo el reino si fuese contra Granada en donde se le uniría el pretendiente para derrocar a Muhammad IX. Juan II aceptó la propuesta que le permitiría conquistar el reino o reducirlo a vasallaje. En junio llegó a la Vega de Granada y, según lo previsto, Yusuf Ibn al-Mawl solicitó su ayuda para ganar el trono y le ofreció a cambio su vasallaje.
El primero de julio, las tropas granadinas mandadas por Yusuf Ibn Ahmad “el infante cojo”, sobrino de Muhammad IX que permaneció en la Alhambra por temor a que su ausencia fuera aprovechada para una sublevación, sufrieron una dura derrota en un lugar cercano a la villa de Atarfe (Granada), que se llamaría posteriormente “la Higueruela” porque en el terreno donde se dio la batalla campal solamente quedó, o tenía, una pequeña higuera. Tras la gran victoria, Juan II reconoció a Yusuf Ibn al-Mawl como emir de Granada en vasallaje a Castilla, pero no aprovechó la ventaja de su victoria puesto que pocos días después levantó el campamento y regresó a Castilla sin que su candidato hubiera derrocado a Muhammad IX, que seguía siendo el emir de Granada sin someterse a vasallaje ni pagar parias. A su paso por Córdoba, se despidió del pretendiente y ordenó al adelantado Diego Gómez de Ribera y a Luis de Guzmán, maestre de la orden de Calatrava, que apoyasen militarmente a Yusuf Ibn al-Mawl. Mandato que cumplieron haciendo correrías por las zonas fronterizas fieles a Muhammad IX y favoreciendo a los posibles partidarios del pretendiente. En septiembre, en Ardales (Málaga), una de las muchas villas que se estaban declarando a favor del pretendiente, éste y el adelantado firmaron el acuerdo de vasallaje a Juan II, que sería ratificado cuando el pretendiente accediera al trono.
En octubre, aunque todavía estaba vigente la tregua que se firmó con Portugal hasta 1434, don Álvaro, contra del parecer de muchos consejeros, logró después de varios meses de negociaciones firmar en Medina del Campo un tratado de paz con los embajadores del rey Juan I, que lo ratificó en enero del año siguiente.
A principios de diciembre, las tropas castellanas ayudaron a los habitantes de Loja, que se había sublevado a favor del pretendiente, a derrotar a un destacamento que había enviado Muhammad IX para apoyar a la guarnición de la alcazaba, que le era fiel. Como consecuencia de ello, las cercanas Archidona e Iznájar (Córdoba) se entregaron sin resistencia. Por último, la propia ciudad de Granada reconoció a Yusuf Ibn al-Mawl como nuevo emir. A finales de aquel mes, el destronado Muhammad IX tuvo que huir hacia Almería para posteriormente trasladarse a Vélez-Málaga.
En enero de 1432, Yusuf Ibn al-Mawl entró en Granada y tomó posesión de la Alhambra convirtiéndose en el nuevo emir. Inmediatamente notificó a Juan II su entronización, y pocos días después ratificó un acuerdo de vasallaje que sometía Granada al protectorado de Castilla. Por él se liberaban todos los cautivos cristianos, se prohibía la conversión de los cristianos al islam, se pagarían anualmente parias de veinte mil doblas de oro y se obligaba a prestar, en determinadas circunstancias, auxilios militares a Castilla.
En ese mismo mes, se convocaron Cortes en Zamora donde el condestable hizo detener, en nombre del rey, a miembros de la nobleza y del clero que se oponían a su política acusándolos de connivencia con el rey de Navarra. Aunque pronto fueron puestos en libertad, ya que don Álvaro actuaba así para amedrentar a sus enemigos con un gesto de autoridad. A esta fuente de conflictos se añadía la actitud que mostraban desde Alburquerque los infantes Enrique y Pedro que, disgustados por el fracaso de las negociaciones para la devolución de sus patrimonios, volvían a levantarse apoyados desde Portugal por sus partidarios que compraban armas y caballos para enfrentarse al condestable, y por tanto a Juan II. Tras la protesta del condestable, el rey portugués prohibió la ayuda a los infantes para respetar la tregua.
En marzo, Juan II, apoyándose en una licencia dada por el nuevo papa Eugenio IV para actuar contra individuos de las Órdenes militares, publicó la destitución del maestre de Alcántara Juan de Sotomayor, así como el secuestró de las rentas de la orden y el embargo de sus fortalezas en las que el maestre no podría acogerse a partir de la entrada en vigor de la destitución. La razón de esta fue que, después de que Juan II le hubiese entregado la fortaleza de Villanueva de Barcarrota (Badajoz) para neutralizar la rebelión de los infantes, el maestre había traicionado la confianza del rey al apoyar activamente la rebelión de los infantes.
En abril, después de haber perdido el apoyo de los musulmanes por su oneroso pacto con Castilla, Yusuf IV Ibn al-Mawl fue derrocado y ejecutado por Yusuf Ibn Ahmad “el infante cojo”. Comenzaba así el tercer emirato de Muhammad IX ”el Zurdo”.
En mayo, el maestre Juan de Sotomayor aceptó el ofrecimiento de Juan II de anular su destitución y recuperar el maestrazgo si volvía a su obediencia. Pero cuando se le pidió la confirmación del acuerdo, el maestre cambió de opinión y llamó a los infantes para entregarles Alcántara.
A principios del verano, tropas del maestre de Calatrava Luis González de Guzmán talaron la comarca de Guadix (Granada) sin que pudieran evitarlo las huestes de “el infante cojo”. Otro tanto hizo el adelantado Diego Gómez de Ribera en la vega de Málaga, donde taló Cártama, Campanillas y Churriana. A continuación, maestre y adelantado unieron sus tropas, atacaron Dúrcal (Granada) y conquistaron Alhama de Granada.
En julio, Gutierre de Sotomayor, comendador mayor de la Orden de Alcántara y sobrino del maestre Juan de Sotomayor, acudió a la sede de la Orden para secundar los planes de su tío. Pero, aprovechando la ausencia del maestre, se hizo con el control de la villa de Alcántara y tomó prisionero al infante Pedro que había acudido allí para hacerse cargo de los bienes del maestrazgo. A cambio de esta acción y la de mantenerse fiel al rey, Gutierre había recibió la promesa de ser nombrado maestre tras la correspondiente renuncia de su tío, al que se le garantizaría vida, libertad y una pensión anual. Promesa que se cumplió tras la confirmación papal. Aunque todavía el infante Enrique conservaba varias fortalezas, la prisión del infante Pedro supuso que la rebelión estaba definitivamente abortada. En noviembre, después de largas negociaciones con mediadores de Portugal, el infante fue puesto en libertad y el infante Enrique rindió Alburquerque. En diciembre, los infantes, acompañados de la infanta Catalina y de varios seguidores, abandonaron Portugal para reunirse con su hermano Alfonso V en Italia.
El destierro de los infantes y la marcha, en el pasado mayo, de Alfonso V a Italia, que había sido llamado por sus partidarios napolitanos para conquistar el reino de Nápoles, proporcionó un respiro a Castilla y la ocasión para que el condestable afirmara su autoridad. Pero el incremento de su poder personal, su afán de acumular rentas y señoríos y el acaparamiento de los puestos claves del reino para sus más directos partidarios suscitó el rechazo de numerosos nobles.
En la primavera de 1433, las tropas castellanas, esta vez capitaneadas por Perálvarez Osorio, volvieron a asolar los campos de Guadix. Por su parte, el adelantado Diego Gómez hizo una campaña exitosa arrasando los campos de Málaga, pero en esta ocasión los nazaríes se desquitaron en Coín (Málaga); en la zona oriental el adelantado rindió el castillo de Xiquena (Murcia); y en julio conquistó Gibraltar, pero pronto fue recuperada por los nazaríes. Entrado el invierno conquistó Turón (Granada), Ardales (Málaga) e Iznájar (Córdoba).
En mayo de 1434 las tropas castellanas sufrieron dos derrotas: en Álora (Málaga), donde el adelantado Diego Gómez fue herido mortalmente, y en Vera; pero pudieron resarcirse en noviembre cuando en un ataque por sorpresa conquistaron Huéscar (Granada). El año siguiente las victorias castellanas superaron a las nazaríes. Solamente, en marzo, la imprudencia del capitán de la frontera occidental provocó que los nazaríes masacraran a los castellanos en las cercanías de Archidona.
En julio, el infante Juan, rey de Navarra, se trasladó a Italia para convencer a su hermano Alfonso V de la necesidad de su regreso para continuar la guerra. El motivo era el entorpecimiento continuo que provocaban los castellanos en la resolución de las reclamaciones acordadas en las treguas de Majano, y el infante no tenía la fuerza suficiente para atacar en solitario. Cuando ya estaba convencido por sus hermanos (los infantes Enrique y Pedro ya estaban en Italia) y preparaba su vuelta, las muertes sucesivas del heredero del reino de Nápoles Luis III de Anjou en noviembre y de la reina Juana II de Nápoles en febrero de 1435, le hicieron volver a entregarse a la guerra napolitana. Ello provocó que las reinas Blanca de Navarra y María de Aragón, por ausencia de sus maridos, pidieran las prórrogas de las treguas a Juan II, que las concedió hasta noviembre de ese año. Posteriormente, como consecuencia de la derrota y posterior prisión de sus maridos en aguas de Ponza (Italia), la reina aragonesa consiguió otra prórroga de las treguas por nueve meses.
En enero de 1436, el infante Juan, después de haber sido liberado y regresado a la península ibérica en diciembre del año anterior con el nombramiento dado por Alfonso V de lugarteniente con todos los poderes en Aragón, Mallorca y Valencia, pero con la excepción de Cataluña que seguiría bajo la responsabilidad de la reina María, pudo proponer y conseguir en abril que se iniciaran negociaciones de paz bajo las condiciones de la restitución mutua de castillos y la devolución de bienes a los exiliados. En septiembre concluyeron las negociaciones con la firma en Toledo de un acuerdo de paz por el que los infantes renunciaban a sus reivindicaciones a cambio de exiguas indemnizaciones. Acuerdo fue recibido con gran entusiasmo por el rey de Navarra porque se incluía en él un compromiso de matrimonio entre su hija Blanca y el infante Enrique de Castilla, ya que le permitiría recuperar sus posesiones y volver a influir en la política castellana.
Durante aquel año, muchas ciudades y villas granadinas, entre las que se encontraban las almerienses Vélez-Blanco y Vélez-Rubio y las granadinas Galera, Castillejar y Benamaurel, declararon su sumisión a Castilla para conseguir la seguridad y sosiego que su emir Muhammad IX “el Zurdo” no podía darles. Guadix y Baza pidieron a Juan II que les nombrase un rey para derrocar a su emir, pero se negaron a la petición del rey castellano de entregar las respectivas fortalezas, por lo que no hubo acuerdo.
A principios de 1437 se hizo patente en Castilla la oposición de gran parte de la nobleza a don Álvaro. En agosto, para poner fin a la oposición, Juan II, a instancias del condestable, ordenó la prisión de sus cabezas más visibles: la del adelantado Pedro Manrique y la del almirante Fadrique Enríquez, hijo del anterior almirante Alfonso. Sólo consiguió prender al adelantado, ya que el almirante pudo huir a Medina de Rioseco (Valladolid) donde levantó armas contra el condestable. Un año más tarde, el adelantado fue ayudado a escapar de su prisión de Fuentidueña (Segovia). De allí pasó a Encinas (Segovia), donde le esperaban varios nobles con sus tropas para dirigirse juntos a Medina de Rioseco.
En abril de 1438, la más importante fortaleza de la frontera, Huelma (Jaén), fue conquistada al asalto por Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana. En contrapartida, en julio, los nazaríes derrotaron ampliamente a los castellanos en Castril (Granada).
En octubre, debido a la pérdida de fortalezas y al lento pero constante retroceso de la frontera nazarí, Muhammad IX “el Zurdo” propuso treguas a Juan II. Las negociaciones comenzaron en diciembre en Jaén, y fueron lentas y difíciles porque Castilla pedía inútilmente el vasallaje de Granada.
En febrero de 1439, se materializó el enfrentamiento de la nobleza al condestable cuando dos cartas dirigidas al rey, pero difundidas en todo el reino, firmadas por el adelantado y por el almirante denunciaban la tiranía de don Álvaro de Luna y le reclamaban que gobernase personalmente. Casi al mismo tiempo, numerosos nobles se levantaron en armas y lo mismo ocurría en algunas ciudades. Valladolid cayó sin lucha. La abierta rebeldía obligó al condestable a intentar llegar a un acuerdo con los nobles, pero fracasó. Desesperado, don Álvaro llamó en su auxilio a los infantes Juan y Enrique (Pedro había muerto el año anterior en el asedio a Nápoles), antes de que pudieran unirse a sus enemigos.
En abril, los infantes, que no habían esperado la invitación para cruzar la frontera, llegaron con tropas mercenarias francesas y fueron recibidos con muchos honores por el condestable. Pero los dos hermanos se pusieron de acuerdo para jugar a las dos opciones repartiendo sus tropas entre ambos bandos: el rey de Navarra se unió al condestable y el infante Enrique lo hizo a la nobleza en Valladolid. Este hecho provocó que el condestable, que ya había desplegado sus fuerzas rodeando a un reforzado Valladolid, abandonara la lucha y se retirara a Media del Campo encomendando al rey de Navarra las negociaciones de paz.
En ese mes se llegó al acuerdo de firmar una tregua con los granadinos por tres años que terminaría en abril de 1442. Por ella, el reino nazarí pagaría un tributo de veinticuatro mil dinares o doblas de oro, y entregaría quinientos cautivos de guerra castellanos.
A mediados de junio, después de cuatro reuniones infructuosas realizadas por los representantes de los bandos, los principales protagonistas decidieron hacerse cargo personalmente de las negociaciones. Pero eran tantos los recelos entre ellos, que para reunirse tuvieron que constituir en Tordesillas y Simancas una especie de estado independiente libre de tropas y donde los asistentes eran sometidos a rigurosos registros. Fue el llamado “seguro de Tordesillas”. Al frente del cual, después de desnaturalizarse del rey, pusieron a Pedro Fernández de Velasco, conde de Haro. Entre los participantes estaban don Álvaro y el rey, que sufrió la humillación de ser puesto al mismo nivel que lo demás. En las reuniones, que duraron seis días, no se llegó a ningún acuerdo, solamente el compromiso de una futura negociación que fuese más fructífera.
A finales de junio, los acontecimientos se precipitaron. Las tropas de la nobleza salieron de Valladolid para enfrentarse a las de don Álvaro en Roa (Burgos). Cuando la batalla parecía inminente, el rey de Navarra se unió con sus tropas a la nobleza. En octubre, ante la inutilidad que percibió el condestable de oponer resistencia, comenzaron en Castronuño (Valladolid) unas negociaciones de concordia que dieron como resultado un tratado tan humillante para la autoridad real, como ventajoso para sus enemigos. Por él, el condestable saldría desterrado de la corte por seis meses; al rey de Navarra y a su hermano el infante Enrique le serían restituidas todas sus villas; las tropas de los dos bandos serían licenciadas; y se darían por nulos todos los procesos que se habían hecho contra el infante o contra cualquiera de los aliados. Según lo acordado, el condestable inició su segundo destierro marchando a su villa de Sepúlveda (Segovia) y más tarde a Escalona (Toledo), desde donde comenzó a preparar su vuelta al poder reuniendo tropas y obstaculizando, a través de sus partidarios en el Consejo y con el apoyo del rey, que los infantes ejercieran el poder.
A mediados de enero de 1440, Juan II, en desacuerdo con la pretensión del rey de Navarra de que no hiciese nada en lo que respecta a sus contactos con don Álvaro sin su consejo o consentimiento, huyó de la corte que estaba en Madrigal de las Altas Torres (Ávila) a Cantalapiedra (Salamanca) donde se fortificó. La huida fue considerada como una negativa del rey a cumplir lo acordado en Castronuño. Como consecuencia, la Liga de la nobleza, llamada por los infantes, se alzó en armas y muchas ciudades se les sumaron. Pero debido a que los partidarios de don Álvaro eran demasiado débiles para combatir y los nobles no se decidieron a ejercer la violencia sobre el rey, se abrieron negociaciones de concordia en febrero. En ellas se pidió a Juan II que despidiera a los consejeros partidarios de don Álvaro y volviera a Madrigal, pero la respuesta del rey fue la de abandonar Cantalapiedra y buscar un mejor refugio en Salamanca. Allí, avisado de la llegada de tropas hostiles, volvió a huir y se refugió en Bonilla de la Sierra (Ávila).
En marzo, Juan II esperaba encontrar asilo en la amurallada Ávila, pero se le adelantó el rey de Navarra al ocuparla con sus tropas. Con ella, la nobleza aumentaba el número de grandes ciudades bajo su dominio. Ante ello, el rey consideró que su causa estaba perdida y aceptó la capitulación que le ofrecieron en Bonilla de la Sierra. A continuación, eligió Valladolid, de las seis ciudades que le dieron a escoger, para celebrar Cortes y proceder a las reformas que pedía la nobleza. En junio, con la publicación de una amnistía general para todas las ciudades que se habían alzado, comenzaron las Cortes que reconocieron como grandes organismos de la monarquía, aunque muy rebajados de importancia, al Consejo real, la Audiencia y las Cortes.
En septiembre, al terminar las Cortes, se celebró con gran pompa la boda entre Enrique, príncipe de Asturias, y Blanca de Navarra. El heredero muy pronto se vio sometido a la influencia del ambicioso portugués-palentino Juan Pacheco.
Durante el verano y otoño, don Álvaro desarrolló una intensa labor diplomática para preparar su vuelta a la corte. Logró sellar alianzas con algunos nobles; puso de su parte al papa Eugenio IV al conseguir que los maestres de las Órdenes fueran elegidos por el pontífice a propuesta del rey, con lo que se impedía cualquier actuación del infante Enrique; y firmó una alianza con el duque de Coímbra, nuevo regente portugués, que había expulsado de Portugal a la reina viuda y regente Leonor de Aragón.
A principios de enero de 1441, a Juan II, que había salido de Ávila acompañado de don Álvaro y de sus aliados, no se le permitió la entrada en Toledo porque el infante Enrique, al que el alcalde mayor había abierto sus puertas a él y a sus tropas en contra de lo dispuesto tácitamente por los acuerdos de Bonilla, lo impidió pretextando el temor que le infundían el condestable y sus aliados. Al considerar el rey que el gesto era una declaración de guerra, prohibió a todas las ciudades acudir al llamamiento de los infantes. Iniciadas las hostilidades, Juan II ordenó a su hijo la reconquista de Guadalajara, pero el príncipe de Asturias, aconsejado por Juan Pacheco, proclamó su neutralidad y pidió a su padre desde Segovia, donde se había encastillado, que procurase la paz. Aprovechando esta actitud, los nobles le invitaron a sumarse a su movimiento de rebeldía.
A finales de ese mes, antes de que llegara a las ciudades un manifiesto firmado por una Liga de nobles constituida en Arévalo (Ávila) denunciando la tiranía de don Álvaro y afirmando que el gobierno de la nobleza era la solución para resolver los problemas de Castilla, Juan II ordenó a todas las ciudades que hicieran la guerra a los nobles rebeldes.
En febrero, numerosas tropas de la Liga unidas a las del infante Enrique salieron de Arévalo e iniciaron un ataque a las villas toledanas de Maqueda e Illescas. En marzo, para organizar su defensa, el condestable se replegó sobre Escalona, pero allí recibió la mala noticia de que las segovianas villas de Sepúlveda, Ayllón y Riaza habían caído sin ofrecer resistencia. Juan II, que había quedado aislado en Ávila, rechazó bruscamente una propuesta de negociación que le ofreció el príncipe de Asturias, asesorado por Juan Pacheco. Aunque parecía que la victoria de la nobleza e infantes estaba asegurada, la pertenencia, aunque solapada, del rey al partido del condestable hacía que muchas regiones se negaran a seguir a los nobles.
En abril, la fortuna de don Álvaro cambió cuando sus tropas derrotaron a las del infante Enrique en Escalona y las del maestre de Alcántara a las de Stúñiga en Extremadura. Además, le favoreció las dos acciones que protagonizó Juan II: la toma de Olmedo y la entrega de la villa de Medina del Campo que le hicieron sus habitantes en mayo, con la posterior rendición del aledaño castillo de la Mota.
En junio, el condestable y sus aliados atravesaron con sus tropas las líneas enemigas y entraron en Medina del Campo. Con ello consiguieron la superioridad numérica que les podría dar la victoria en una batalla campal. Pero ésta no se dio porque los partidarios del rey estaban desunidos, y la presencia del condestable ponía de manifiesto que lucharían por don Álvaro y no por el rey. La confusión fue aprovechada por los partidarios del rey de Navarra que una noche le facilitaron la entrada en la ciudad. Durante horas se luchó desordenadamente en la oscuridad con resultado final positivo para las armas del rey de Navarra. Don Álvaro tuvo que huir en compañía de sus aliados, mientras Juan II quedaba prácticamente como rehén del rey de Navarra, que se apoderó del gobierno de Castilla. Inmediatamente se nombró una comisión integrada por María, reina de Castilla, que se había distanciado de don Álvaro, el príncipe Enrique, el almirante Fadrique y el conde de Alba, que acordó en la llamada “sentencia de Medina” las medidas de gobierno más urgentes; entre ellas: la composición del Consejo, la intervención en Portugal para reinstalar a la reina regente Leonor y el destierro de don Álvaro durante seis años con la prohibición de comunicarse con el rey.
El rey de Navarra comenzó a gobernar Castilla apoyado en alianzas para superar el ambiente de recelo de los miembros de la Liga que veían en él a un nuevo privado. Situación que provocó la división de la Liga en dos partes: la encabezada por Juan Pacheco, el príncipe Enrique y el almirante Fadrique; y la formada por los infantes y sus seguidores. Por su parte, don Álvaro, debido a que algunas de las cláusulas de la “sentencia” habían comenzado a anularse antes de un año, mantuvo importantes contactos con el rey y con algunos miembros de la nobleza, incluidos los infantes, con los que casi se reconcilió en el otoño de 1442.
A principios de 1443, el acercamiento entre el rey de Navarra y el condestable llegó a su fin porque el infante Juan, al necesitar consolidar su poder, cambió de política y buscó una alianza más estrecha con la nobleza mediante la concertación de su matrimonio y el de su hermano Enrique, ambos viudos, con Juana Enríquez, hija del almirante Fadrique, y con Beatriz Pimentel, hermana del segundo conde de Benavente, respectivamente.
En marzo, después de un año de desacuerdos para firmar la prórroga de una tregua con el emir Muhammad IX “el Zurdo”, Juan II aceptó en Escalona firmar una nueva hasta abril de 1446.
En junio murió el maestre de Calatrava Fernando de Padilla. Para sustituirlo, el infante Enrique, que asistió al capítulo con hombres armados, impuso a su sobrino Alfonso, hijo bastardo de su hermano Juan.
En julio, el rey de Navarra decidió eliminar toda disidencia en el Consejo. Para lograrlo, cuando la corte estaba en la villa de Rágama (Salamanca), solicitó y consiguió del rey una reunión de aquél. Mientras se celebraba la asamblea, el rey de Navarra convenció al príncipe Enrique de que los partidarios del condestable preparaban un golpe de fuerza en el que serían detenidos sus oponentes, incluidos el príncipe y Juan Pacheco. Persuadido de la existencia de la conjura, el príncipe y el infante Juan prendieron al contador mayor del rey acusándole de ser el jefe de la conjura, y expulsaron del Consejo a todos los partidarios de don Álvaro. A continuación, el príncipe, con el infante Juan y los nobles implicados se trasladaron a la residencia del rey donde detuvieron a varios de sus servidores. La protesta de Juan II motivó que los conjurados decidieran secuestrarlo y ponerlo bajo la custodia de Enrique Enríquez, hermano del almirante de Castilla. Durante el trayecto de la corte desde Rágama a Madrigal de las Altas Torres, el obispo de Ávila y consejero real Lope de Barrientos convenció al príncipe de la falsedad de las acusaciones y le aconsejó que estableciera un acuerdo con el condestable, porque era el único defensor de la libertad del rey. A continuación envió un mensaje a don Álvaro para negociar su unión a los nobles que encabezaban la resistencia al infante Juan. El condestable, por temor a ser engañado, demoró durante varios meses su aceptación a la unión.
En septiembre, se celebraron en un mismo día los esponsales de los infantes en Torrelobatón (Valladolid). A ella asistieron los reyes (estrechamente vigilados), el príncipe de Asturias y la élite de la Liga nobiliaria. Pero debido al parentesco entre el infante Juan y Juana, hijos de primos segundos, era obligatorio solicitar dispensa al papa, lo que obligó a aplazar el matrimonio efectivo.
En marzo de 1444, después de seis meses de intrigas, el obispo Barrientos logró la reconciliación entre el rey y el príncipe Enrique, que obtuvo la promesa de una entrega efectiva de Asturias; consiguió el apoyo de los nobles contrarios al infante; y propició la ruptura del príncipe con el rey de Navarra y sus partidarios al aconsejarle que exigiese una reunión de la Liga en Arévalo para exponer sus quejas por unos supuestos incumplimientos de acuerdos. Para evitar la ruptura, la Liga pidió negociaciones y el príncipe respondió con un documento donde proclamaba la preeminencia del rey. Cuando el infante aceptó el texto del documento, los nobles opositores ya se habían armado, con lo que el obispo Barrientos pudo exigir, como condición mínima, la libertad del rey. Sin aguardar la respuesta, el príncipe Enrique proclamó su alianza con el condestable y declaró la guerra al rey de Navarra.
En junio, mientras las tropas del príncipe, las de los nobles que le apoyaban y las del condestable se concentraron en Burgos, las del rey de Navarra lo hacían en la cercana Pampliega (Burgos) tras trasladar al rey al castillo de Portillo (Valladolid). A mediados de aquel mes, gracias a una negociación realizada por la reina de Castilla María, que había cambiado de bando, Juan II pudo fugarse. Ello provocó la desmoralización de las tropas de los infantes de Aragón y la retirada hacia la frontera con Navarra del infante Juan a la espera de la intervención de las tropas de su hermano Alfonso V de Aragón que salvaría los intereses castellanos de la familia. En pocos meses muchas posiciones clave de los infantes se entregaron sin lucha a las tropas reales, como: Medina del Campo, Olmedo, Roa y Cuéllar, entre otras. Alfonso V sólo se limitó a enviar una embajada para negociar una compensación económica y una restitución parcial de bienes. En respuesta, Juan II exigió al rey de Navarra que abandonara el reino, acto que cumplió en septiembre, y propuso además una tregua de cinco meses que ambos reyes necesitaban para reorganizar sus fuerzas.
El dieciocho de febrero de 1445, la reina María murió en Villacastín (Segovia) envenenada por sus damas de compañía. Un día más tarde, en las mismas circunstancias, murió en Toledo su hermana Leonor, reina viuda y exregente de Portugal. (Un cronista regio de finales de aquel siglo afirma que las dos hermanas fueron asesinadas por orden del condestable).
A finales de aquel mes, acabada la tregua, el rey de Navarra atravesó con sus tropas la frontera y se unió en Alcalá de Henares (Madrid) a las del infante Enrique, que venían desde Lorca (Murcia). Desde allí, perseguidos por las tropas del condestable, atravesaron la sierra de Guadarrama y se acantonaron a finales de marzo en Olmedo. Al mismo tiempo Juan II llegaba a Arévalo y se le unía don Álvaro. Durante varias semanas los dos ejércitos se acecharon mutuamente. La tarde del diecinueve de mayo, el príncipe Enrique se acercó temerariamente a la muralla de la villa y los defensores salieron en su persecución; las tropas castellanas intentaron repelerlos y el combate se generalizó en batalla campal. Durante ella, el infante Enrique tuvo que retirarse al ser herido en un brazo. La victoria fue para el bando de Juan II y los infantes tuvieron que refugiarse en Olmedo mientras el resto de sus nobles eran hechos prisioneros, el almirante de Castilla entre ellos. Al día siguiente los infantes consiguieron huir y llegar a Calatayud (Zaragoza). En esa villa, pocos días después, murió el infante Enrique como consecuencia de la herida recibida en Olmedo.
Tras la batalla unos pocos vencedores comenzaron a repartirse las posesiones y títulos de los vencidos: don Álvaro se adjudicó el maestrazgo de Santiago y el condado de Alburquerque, Juan Pacheco se hizo con el marquesado de Villena y su hermano, Pedro Girón, el maestrazgo de Calatrava. Sin embargo, otros caballeros que habían luchado junto al rey, o le habían prestado extraordinarios servicios, no recibieron nada, fue el caso del obispo Barrientos. Al condestable, que consideró que había acabado con todos los opositores a su política, le salió uno en la persona del príncipe Enrique, que al terminar la batalla se marchó a Segovia y se negó a cooperar con él. Allí trató de formar su propio partido atrayéndose a los vencidos, que previamente habían hecho un juramento de obediencia para recuperar su libertad y bienes.
Entre julio y agosto, el emir Muhammad IX “el Zurdo” abdicó en su sobrino Yusuf V “el Cojo”. La inestabilidad política existente en el reino nazarí no impidió al nuevo emir recuperar varios lugares y fortalezas perdidas en tiempos pasados. Entre ellos se encontraba el castillo de al-Bariy, en la parte baja del río Almanzora (Almería).
A finales de aquel año, Juan II quitó la tenencia del alcázar y fortalezas de Toledo a su alcalde mayor por haber permitido la entrada a la ciudad al infante Enrique con sus tropas en enero de 1441. El príncipe Enrique protestó al temer que los castillos fueran entregados al repostero mayor, partidario del condestable. Para proclamar su descontento, a comienzos de 1446 comenzó a reunir tropas a las que se unieron los antiguos rebeldes. En abril, con un numeroso ejército, ocupó Arévalo y Medina del Campo. Para responder a aquella acción, las tropas del rey y del condestable se situaron frente a las del príncipe para presentar batalla. Para evitarla, representantes de ambos bandos se reunieron en Astudillo (Palencia) para negociar la llamada “Concordia de Astudillo”. Por ella, entre los pocos asuntos que se negociaron, se acordó que el príncipe devolviera Arévalo y recibiera Peñafiel; y que el servicio del rey y la ejecución de la justicia se encomendara al condestable y a Juan Pacheco, marqués de Villena, con lo que se hacía imposible un gobierno estable. En mayo, la Concordia fue firmada por el rey y el príncipe.
En ese mes, el emir Yusuf V, que había sido destronado por Ismail III a finales del pasado febrero, lanzó con sus seguidores desde Almería ataques contra Granada y contra los castellanos consiguiendo conquistar, durante el verano, Benamaurel y el castillo de Benzalema (Granada). En octubre, tras la solicitud de ayuda pedida por Ismail III al rey castellano para frenar estos ataques, Juan II ordenó a Pedro de Aguilar que ayudara a su vasallo; y en diciembre que actuara contra las villas y fortalezas que se habían sublevado contra Ismail III.
En junio de aquel año de 1446, para terminar con la influencia en la política castellana del rey de Navarra, don Álvaro intentó apoderarse de Atienza (Guadalajara), una de las tres posesiones que junto a Briones (La Rioja) y Torija (Guadalajara) poseía el infante Juan en Castilla. La villa fue tomada, pero la resistencia de su castillo a todos los ataques hizo necesario alcanzar una tregua de tres meses. Durante ese tiempo las villas de Torija y Atienza serían entregadas a Juan II y los castillos serían puestos en manos de la reina de Aragón para que los restituyera en determinados plazos. Además, Juana Enríquez que estaba en rehén desde la batalla de Olmedo, sería entregada a su prometido para celebrar sus bodas. Pero la oposición del príncipe al condestable y la amenaza de una invasión aragonesa, continuaban.
En febrero de 1447, Ismail III volvió a pedir la ayuda de Juan II porque no conseguía detener los ataques de Yusuf V, que había aprovechado las discordias de Castilla para solicitar y obtener el apoyo de los nobles castellanos sublevados contra Juan II.
En julio se celebró en Calatayud el matrimonio entre el rey de Navarra y Juana Enríquez. Nueve días después, en Madrigal de las Altas Torres, previa obtención de la dispensa papal, se casaba en segundas nupcias Juan II con Isabel, nieta del difunto rey Juan I de Portugal. Esta unión fue negociada el año anterior entre don Álvaro y el regente portugués con el desacuerdo de Juan II, que prefería casarse con la primogénita del rey de Francia, pero no tuvo valor de oponerse.
A primeros de agosto, en lugar de atacar a Ismail III, las campañas de Yusuf V se dirigieron a reconquistar las plazas que los castellanos habían arrebatado a los nazaríes en años anteriores. Entre ellas, recuperó el castillo de Arenas (Jaén) y las plazas de Huéscar, Vélez-Blanco y Vélez-Rubio. Pero a finales de aquel mes, Yusuf V fue asesinado por su visir Alí ben Allaq en Almería. Su muerte no le sirvió a Ismail III para mantenerse en el trono, ya que en septiembre Muhammad IX “el Zurdo” recuperó por cuarta vez el emirato; e Ismail III huyó a Castilla.
A mediados de aquel mes, ante los rumores de una invasión aragonesa, don Álvaro tuvo que pactar con su enemigo irreconciliable, el príncipe Enrique, una tregua que le permitió poder acudir con Juan II a la frontera para enfrentarse al invasor. En septiembre, al llegar a Soria encontraron, en lugar de un ejército, a unos embajadores enviados por las Cortes de Aragón, que habían negado subsidios de guerra al lugarteniente de Aragón y rey de Navarra, para negociar una paz entre los dos reinos. Pero la toma del castillo de Berdejo (Zaragoza) por los castellanos hizo fracasar la negociación.
En octubre, Juan II solicitó una tregua que Muhammad IX no aceptó porque su ejército, al mando de su sobrino y heredero, el futuro Muhammad X “el Chiquito”, estaba realizando incursiones muy exitosas en territorio castellano que le proporcionaba abundante botín en ganado y esclavos. Estas correrías, que continuaron durante los siguientes meses, pudieron ser realizadas porque Muhammad IX aprovechó las disputas internas de los castellanos al interferir en su política doméstica apoyando a los diversos bandos enfrentados. Así, pudo recuperar una serie de lugares que los nazaríes habían perdido en el pasado, como Turón o Pruna.
En enero de 1448, el rey de Navarra, con los subsidios otorgados por las Cortes de Zaragoza y la ayuda de sus partidarios castellanos, lanzó una ofensiva que le permitió, entre otras villas, apoderarse de Santa Cruz de Campezo (Álava) y de Huélamo (Cuenca), aunque esta última la perdió un mes más tarde. Estos desfavorables resultados minaban el poder de don Álvaro.
En marzo, la posible desesperación por mantenerse en su ya disminuido poder, llevó al condestable a aceptar una tregua con Aragón por cinco meses, y a proponer a Juan Pacheco y al obispo de Ávila don Alfonso de Fonseca un reparto del gobierno de Castilla que les permitiera ejercer el poder a su voluntad sin el estorbo del rey ni del príncipe. Para ejecutar el plan consideraron que era necesario prender a los principales nobles que en aquellas fechas servían fielmente a Juan II, entre ellos, al almirante Fadrique Enríquez, a su hermano Enrique, a Alfonso Pimentel, tercer conde de Benavente, a los condes de Castrojeriz y de Alba, y a los hermanos Quiñones, Pedro y Suero. La orden de prisión se ejecutó el mismo día que el rey y el príncipe realizaban en Záfraga, a las afueras de Medina del Campo, una de sus frecuentes reconciliaciones en ocasión de una reunión convocada por Juan II para reconciliar a las numerosas facciones que se enfrentaban en Castilla. El almirante y el conde de Castrojeriz lograron huir y se refugiaron en Aragón. Con la guerra que había declarado a la nobleza, el condestable se cerró el camino a cualquier futura reconciliación.
En ese mismo mes, las tropas granadinas derrotaron ampliamente en la batalla de río Verde (Málaga) a las de Juan de Saavedra, alcaide de Jimena de la Frontera. El impacto de la derrota, además de inspirar el romance “Río Verde, río Verde”, obligó a Juan II a proponer al mes siguiente una tregua, que Muhammad IX rechazó.
También en marzo, Rodrigo Manrique, adelantado de Castilla y León, aliado con Alfonso Fajardo, alcaide de Lorca (Murcia), ambos partidarios del rey de Navarra, habían arrancado a don Álvaro el control del reino de Murcia al derrotar a Pedro Fajardo, sobrino del alcaide y fiel a Juan II. Ello les dio pie para admitir en la capital tropas auxiliares aragonesas para derribar al condestable, bajo la condición, ratificada por Alfonso V, de que el reino permanecería en la Corona de Castilla.
En noviembre la guerra con Aragón se reanudó y se convirtió en una dura lucha fronteriza muy costosa para las ciudades. Para atajar el problema, en diciembre, el condestable envió delegaciones a varias ciudades aragonesas, contrarias a la guerra, que consiguieron declaraciones de paz; aunque la firmada en la ciudad de Valencia no impidió que los castellanos fuera derrotados por tropas procedente de las villas valencianas de Requena y Utiel. También, en el interior de Castilla los conflictos se multiplicaban.
En ese diciembre, el tercer conde de Benavente logró fugarse del castillo de Portillo (Valladolid) y se fortificó en su villa de Benavente. Pero huyó a Portugal antes de que Juan II se apoderase de su villa, defendida por sus vasallos. Por su parte, don Álvaro, para salvar su herencia política del naufragio que le amenazaba, se dirigió a Ocaña con la intención de renunciar al maestrazgo en su hijo Juan de Luna, que no se llegó a efectuar.
A finales de febrero de 1449, tropas aragonesas al mando Alfonso, maestre de Calatrava e hijo bastardo del rey de Navarra, sitiaron Cuenca; pero levantaron el sitio ante la inminente llegada de don Álvaro. El fracaso de aquella acción tuvo como consecuencia que Toledo, que se había sublevado en enero contra don Álvaro tras una insurrección por causa de unos impuestos, quedase aislada, y que Murcia no pudiese consolidar su rebelión y tuviera que entablar negociaciones con Juan II.
En mayo, cuando Juan II estaba exigiendo desde Fuensalida (Toledo) la rendición a los toledanos, el alcaide de la capital, Pedro Sarmiento, que durante la insurrección había aprovechado el odio de la población a los conversos para saquearlos, se puso al frente de los rebeldes, y en su nombre exigió al rey garantías para abrirle las puertas de Toledo. Al ser rechazada su petición, publicó un manifiesto contra el condestable acusándole de defensor de judíos ocultos. A continuación, llamó en su socorro al príncipe Enrique, que acudió con tropas y se instaló a unos veinte kilómetros de las del rey. Después de unas negociaciones fracasadas, mientras Juan II y don Álvaro se retiraban a Valladolid, el príncipe entraba en Toledo.
A principios de verano, las tropas nazaríes comandadas por Muhammad “el Chiquito” asolaron, sin encontrar resistencia castellana, las tierras de diferentes partes de la frontera tomando gran cantidad de botín, ganado y esclavos. Atacaron, entre otras, Utrera (Sevilla), los arrabales de Jaén, Baena (Córdoba) y Antequera (Málaga). También, otro ejército nazarí mandado por Rodrigo Manrique, que luchaba con los granadinos porque seguía enfrentado a Juan II y a su privado Álvaro de Luna, entró en Castilla y saqueó en Montiel (Ciudad Real) las tierras del comendador mayor de la orden de Santiago y todos los lugares que no eran leales a Navarra o al propio Manrique. Por su parte, Juan II, incapaz de hacer frente a los embates de Muhammad IX, volvió a repetir su táctica de inmiscuirse y dividir al reino nazarí utilizando nuevamente al destronado emir Ismail III para entronizarlo, pero fracasó.
A finales de julio, el cúmulo de acontecimientos desfavorables para don Álvaro animó a sus enemigos a unirse con sus respectivas huestes en una Liga para derribarle. El acuerdo se formalizó en Coruña del Conde (Burgos) y se comprometieron, entre otros, el rey de Navarra, el príncipe Enrique, el almirante Fadrique, que había vuelto de Nápoles con plenos poderes de Alfonso V para financiar el golpe, los condes de Haro, Plasencia y Benavente y los marqueses de Villena y Santillana. Para iniciar el ataque se acordó que las tropas se reunirían el quince de agosto. Llegada la fecha, casi ninguno de los comprometidos había tenido tiempo de armarse. Sólo el conde de Haro y el marqués de Santillana se dispusieron a atacar en octubre, pero el príncipe Enrique, seguramente aconsejado por su privado el marqués de Villena, rompió su compromiso e inició conversaciones con el rey. Nuevamente, la oposición a don Álvaro quedó momentáneamente rota.
En noviembre, el príncipe Enrique volvió a Toledo acompañado de todo su séquito y aprovechó el descontento de la población para forzar a Pedro Sarmiento a que entregara el alcázar a Pedro Girón, maestre de Calatrava y abandonara la ciudad; aunque le permitió que se llevara el enorme botín que consiguió con su latrocinio. Pero un año y nueve meses más tarde, fue procesado y ejecutado en Zamora.
En enero de 1450, el rey navarro, acompañado de su segunda esposa Juna Enríquez, de su hijo bastardo Alfonso y de numerosos nobles castellanos arruinados, se instaló en Olite (Navarra) y comenzó a gobernar como rey, y a otorgar cargos y prebendas a los recién llegados y a sus partidarios, los agramonteses. Ello provocó el rechazo de su hijo, el príncipe de Viana, y el de sus seguidores, los beamonteses, que vieron cómo las concesiones que les hizo el príncipe fueron revocadas.
En julio, ante aquellos hechos y la presencia de Juana Enríquez en Navarra, el príncipe de Viana comprendió que no había ninguna posibilidad de entenderse con su padre. Al no estar preparado para imponerse por la fuerza, optó por huir a Guipúzcoa. Allí se le unieron los principales dirigentes de los beamonteses, que inmediatamente se sublevaron en San Juan de Pie de Puerto (actual Francia). La ruptura entre padre e hijo fue vista por Juan II y el condestable don Álvaro como una gran oportunidad para acabar con Juan de Navarra, por lo que procuraron dividirlos apoyándolos alternativamente haciendo negociaciones por separado: en septiembre firmaron un pacto de amistad y ayuda con el príncipe de Viana, y en diciembre uno de paz con Juan de Navarra. Pacto que suponía la disolución de la Liga acordada el año anterior en Coruña del Conde; aunque, interesadamente, el condestable concedió el perdón a sus integrantes.
En febrero de 1451, el príncipe Enrique juró guardar el servicio y honor debidos al rey en la iglesia de las clarisas de Tordesillas. El juramento supuso la reconciliación del condestable don Álvaro con el príncipe, que, además, aceptó apoyar al príncipe de Viana, romper con el rey de Navarra y entregar Toledo a Juan II, es decir, al condestable.
En marzo, el príncipe de Viana tuvo que regresar a Navarra para someterse a su padre. Lo hizo por su propia debilidad y porque no tenía seguridad en que Castilla le ayudase.
En abril nació en Madrigal de las Altas Torres Isabel, hija de Juan II y de Isabel de Portugal.
En Navarra, la paz fue breve, ya que en agosto las tropas castellanas que estaban apostadas en la frontera tomaron el castillo de Buradón (Álava) y sitiaron Estella (Navarra). A ellas se unieron enseguida Juan II, el príncipe Enrique y don Álvaro.
En septiembre, para restablecer la paz y que las tropas castellanas abandonasen el reino, el príncipe de Viana firmó en Pamplona, y los castellanos en Puente la Reina (Navarra), un acuerdo por el que se comprometía, entre otros asuntos, a no reconciliarse con su padre sin el acuerdo del rey de Castilla y de su hijo; a cambio, recibiría de Castilla ayuda militar hasta la total expulsión de su padre del reino de Navarra. Como garantía de cumplimiento, el príncipe entregaría las villas y fortalezas navarras de Larraga y Mendavia, las cuales serían cambiadas por las de Laguardia (Álava) y Viana (Navara) cuando pasaran a su obediencia. Después de aceptar el acuerdo, que suponía la ruptura definitiva entre el príncipe de Viana y su padre, las tropas castellanas salieron de Navarra y Juan II, acompañado por el condestable, regresaron a Burgos mientras el príncipe Enrique se dirigió a Segovia. El reino navarro había quedado dividido en dos bandos irreconciliables: los beamonteses y los agramonteses.
En octubre, ya en una situación de guerra civil en Navarra, las tropas de ambos bandos se encontraron en las cercanías de la villa de Aibar (Navarra) dispuestas para el combate; pero sus comandantes decidieron comenzar unas conversaciones para evitar el enfrentamiento. Sin haber acabado las negociaciones, los agramonteses atacaron a los beamonteses provocando el inició la batalla. Durante ella, el príncipe de Viana y el condestable Luis de Beaumont fueron hechos prisioneros, pero la resistencia de sus partidarios continuó al mando de Juan de Beaumont.
En ese mismo mes, don Álvaro puso cerco a Palenzuela (Palencia) donde Juan de Tovar y Alfonso Enríquez, cuñado e hijo respectivamente del almirante de Castilla Fadrique, se habían sublevado y asolado la comarca circundante. Probablemente porque no estaban de acuerdo con lo firmado en Tordesillas. En enero de 1452, Palenzuela fue tomada, acabando posiblemente con la esperanza de restablecer la Liga.
En marzo de ese año, después de más de un año y nueve meses de triunfos de “el Chiquito” sobre los castellanos, Alonso Fajardo consiguió una gran victoria sobre los nazaríes, capitaneados por Malik Ibn al-Abbas, en la batalla de los Alporchones, villa cercana a Lorca (Murcia); donde cayeron, entre otros, los alcaides granadinos de Baza (Granada), Vera, Purchena (ambas en Almería) y el de la propia Almería. Esta derrota fue una de las razones por las que Muhammad IX, junto con Muhammad “el Chiquito”, firmaron en agosto una tregua con Castilla por cinco años, con inicio en septiembre.
Durante la primavera, don Álvaro puso su empeño en ayudar con las armas a los beamonteses, que estaban descabezados tras la prisión del príncipe de Viana, atacando victoriosamente al rey de Navarra. Actor principal de esas acciones fue su yerno, el conde de Medinaceli, que tomó las villas de Villarroya (La Rioja) y Villalengua (Zaragoza), cercó Atienza (Guadalajara), y se apoderó de Torija (Guadalajara), para luego realizar una cabalgada que asoló las comarcas zaragozanas de Calatayud y Daroca. Ante ello, las cortes aragonesas tuvieron que iniciar negociaciones directas de paz con Casilla.
A principios del verano la posición política del condestable parecía firme; pero su incapacidad para restablecer la paz interior del reino, el desafecto de Juan II y la enemiga de la nobleza y de la propia reina, habían empezado a minar su crédito. Además, sus relaciones con el príncipe Enrique habían vuelto a deteriorarse, y la Liga, que había empezado a reconstruirse encabezada por Pedro de Stúñiga, conde de Plasencia, se comprometió a acabar con el condestable haciéndole la guerra a muerte, sin descartar el asesinato. Don Álvaro quiso abortar el movimiento apoderándose de Béjar (Salamanca), en donde se había fortificado Stúñiga, pero su plan fracasó porque uno de sus fieles, Alonso Pérez de Vivero, lo reveló a su enemigo. Ante ello, el conde de Plasencia envió a un hombre de su confianza a los conjurados para pedirles ejecutar lo acordado: el príncipe Enrique, seguramente aleccionado por su privado, contestó evasivamente, pero el marqués de Santillana, el conde de Haro, y el tercer conde de Benavente, Alfonso Pimentel cuñado de Álvaro de Luna, anunciaron que estaban en disposición de actuar contra el tirano.
En agosto, el condestable, que ya no estaba seguro de su porvenir, trató de llevar a Juan II a Uclés para, por fin, transmitir a su hijo el maestrazgo de Santiago. Pero no pasaron de Madrigal de las Altas Torres, donde se negoció, sin éxito, una reconciliación entre el príncipe Enrique y el condestable; y también, posiblemente, estuvo a punto de ser asesinado. Ante ello, volvieron a Valladolid.
A primeros de 1453, los comprometidos acordaron enviar a los hijos mayores de Stúñiga y del conde de Haro con quinientas lanzas para apoderarse de Valladolid y prender o matar al condestable, que estaba en aquella ciudad con el rey. Para entonces, Juan II, en connivencia con la reina, estaba dispuesto a matar al condestable. Por diversas causas, al no ejecutarse el plan, dio tiempo a que el condestable se pusiera en guardia y decidiera emprender el camino hacia Burgos, en compañía del rey. Durante el trayecto tuvo varios atentados sin consecuencias.
A finales de marzo, tropas de Pedro de Stúñiga, al mando de su hijo Álvaro, se concentraron en Curiel (Valladolid). Allí, por mensajero, el rey le ordenó apresurarse a llegar a Burgos donde debería meterse en la fortaleza. Por el mismo mandadero, el de Stúñiga supo que el condestable había ordenado en su propia residencia matar a Alonso Pérez de Vivero por haberle traicionado.
A primeros de abril, Álvaro de Stúñiga salió de la fortaleza para arrestar al condestable por orden del rey. Don Álvaro hubiera podido escapar, pero su honor se lo impidió y permaneció en la residencia, mientras sus servidores intentaron defenderlo durante tres horas de la gente armada que estaba en la calle. Después de recibir del rey seguridades de no ser agraviado en su persona ni en su hacienda, el condestable se entregó y fue trasladado al castillo de Portillo, cerca de Valladolid. Inmediatamente, ante un posible levantamiento de sus señoríos, el rey confiscó los bienes del condestable y ordenó el encarcelamiento de sus parientes. Solamente Maqueda y Escalona, en su señorío de Toledo, presentaron resistencia. Desde esta última, Juana Pimentel escribió al rey para amenazarle de que, ante la injusticia, apelaría al pontífice y llamaría para su defensa a todos sus enemigos, a los moros y a los diablos si fuera preciso. Encolerizado, Juan II designó doce letrados del consejo de su confianza para procesar al condestable.
A primeros de mayo, la sentencia de divorcio del príncipe Enrique y la infanta Blanca de Navarra se leyó en Alcazarén (Valladolid). La razón alegada para obtener la nulidad del matrimonio se basaba en la imposibilidad de consumarlo.
A finales de mayo, los letrados, siguiendo los deseos del rey, dictaminaron la muerte del condestable, pero aclarando que la pena debía ser aplicada por mandato y no por sentencia. El día tres de junio el condestable fue degollado en la plaza mayor de Valladolid, y su cabeza permaneció clavada en una pica durante varios días. Ante lo sucedido, Maqueda se rindió. A mediados de junio, Juan II, al no poder tomar Escalona, tuvo que negociar su rendición con Juana Pimentel, que pudo salvar para su hijo el título de conde de San Esteban de Gormaz y un tercio del tesoro. El maestrazgo de Santiago fue declarado vacante y sus rentas quedaron en poder de Juan II. Desde Escalona el rey escribió a todos los nobles, magnates y prelados detallando las causas de la prisión y suplicio del condestable. Casi todas acusaciones eran vagas, generales y poco probadas.
Tras la muerte de don Álvaro, la turbulencia política continuó entre el grupo que encabezaba el príncipe Enrique y el de los partidarios de los aragoneses integrados en la Liga de los nobles, capitaneada por Álvaro de Stúñiga, que sustituía a su reciente fallecido padre. Para resolver la situación, Juan II, demostrando su falta de carácter y su ineptitud para gobernar el reino, se puso en manos de la reina Isabel, del obispo Barrientos y del prior del monasterio de Guadalupe (Cáceres), fray Gonzalo de Illescas. Ambos bandos eran partidarios de hacer la paz con Aragón, pero los nuevos consejeros mostraron su hostilidad al rey de Navarra auxiliando al príncipe de Viana.
En agosto, la animosidad hacia el rey de Navarra se puso de manifiesto cuando el “justicia de Aragón” se presentó en Tordesillas para tratar la paz y Juan II le propuso hacerla sólo con Alfonso V de Aragón. La situación se hizo crítica a finales de ese mis mes al tener el príncipe Enrique que socorrer con numerosas tropas a Villarroya, que había sido sitiada por los aragoneses. Finalmente, en septiembre, las cortes de Aragón obligaron a Juan de Navarra a firmar una tregua de cuatro meses y a aceptar las condiciones que negociasen el “justicia” y Juan II.
En noviembre nació en Tordesillas Alfonso, hijo de Juan II y de Isabel de Portugal. Debido a los continuos enfrentamientos que había mantenido con el príncipe Enrique, el rey intentó inútilmente hacer recaer la sucesión en el recién nacido.
En diciembre se firmó un tratado de paz con Aragón que no resolvía los problemas enquistados por tantos años de hostilidad. Por él, todas las villas en litigio serían entregadas a la reina María de Aragón para que los restituyera en determinados plazos.
En marzo de 1454, Alfonso V “el Magnánimo”
ratificó el tratado de paz. Sus resultados no pudo verlos Juan II, porque
murió en julio de aquel año en Valladolid víctima de unas
fiebres cuartanas.
Sucesos contemporáneos
Reyes y gobernantes coetáneos
Aragón: | Reyes de la Corona de Aragón. Martín I "el Humano" (1396-1410). |
||||
Navarra: | Reyes de Navarra. Carlos III "el Noble" (1387-1425). |
||||
Condado catalán no integrado en la Corona de Aragón: |
Condes de Pallars-Sobirá. Hugo Roger II (1369-1416). |
||||
Al-Andalus: |
Emires del reino nazarí de Granada. Muhammad VII (1392-1408). |
||||
Portugal: | Reyes de Portugal. Juan I (1385-1433). |
||||
Francia: | Reyes de Francia. Carlos VI (1380-1422). |
||||
Alemania: | Reyes de Germania. Roberto del Palatinado (1400-1410). (Dinastía de Luxemburgo). (Dinastía de Habsburgo). Alberto II (1438-1439). |
Reyes de Romanos. (Emperador del Imperio Romano Germánico sin coronar). Roberto del Palatinado (1400-1410). Emperadores del Imperio Romano Germánico. Segismundo (1433-1437). |
|||
Italia: | Reyes de Italia (Norte). ------- Perteneciente al Sacro Imperio Romano Germánico desde 962. |
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Dux de la República de Venecia. Michele Steno (1400-1413). |
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Estados Pontificios (Papas). ------- (Papas en Roma). Inocencio VII (1404-1406). ------- (Papa en Aviñón). Benedicto XIII (1394-1417). Depuesto y excomulgado en 1417. ------- (Papas en Pisa). Alejandro V (1409-1410). Sede vacante (1415-1417). Fin del Cisma de Occidente (1417). Martín V (1417-1431). |
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Reyes de Sicilia. Martín I "el Joven" (1402-1409). |
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Reyes de Nápoles. Ladislao (1386-1414). |
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Britania: | Escocia: |
Reyes de Escocia. Roberto III (1390-1406). |
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Inglaterra: |
Reyes de Inglaterra. Enrique IV (1399-1413). |
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División del Imperio bizantino. (Bizancio): |
Imperio bizantino. Manuel II (1391-1425). ------- (Caída de Constantinopla por los turcos otomanos en 1453). |
Imperio de Trebisonda. Manuel III (1390-1417). ------- (Caída de Trebisonda por los turcos otomanos en 1461). |
Despotado de Épiro. Esaú (1385-1411). (Dinastía Tocco). Carlos I (1411-1429). |
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Imperios y sultanatos musulmanes: |
Imperio otomano (Turco): | Sultanes. ------- Interregno (1402-1413) |
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Califato árabe abbasí: | Califas abbasíes. (Dentro del sultanato mameluco de El Cairo). Al-Mustain (1406-1414). |
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Sultanato benimerín o meriní: |
Sultanes. Abú Said Utman III (1399-1420). |